Manuela
Sáenz y Aizpuru o Sáenz de Thorne, también llamada Manuelita Sáenz; Quito, 1795
- Paita, Perú, 1856) Patriota ecuatoriana. Esposa del doctor J. Thorne (1817),
se convirtió en la acompañante de Bolívar (1822), al que siguió en todas sus
campañas y al que, en una ocasión, salvó la vida (1828), lo que le valió el
apelativo de Libertadora del libertador. Su presencia al lado del Libertador,
durante los años cruciales de la gesta emancipadora, marcaría indeleblemente
numerosos acontecimientos en los albores de la vida republicana. Siguió el
curso cronológico de los principales sucesos políticos y militares de los que
fue testigo o protagonista: el encuentro de Bolívar y San Martín en Guayaquil,
las batallas de Pichincha y Ayacucho, el conflicto entre el Libertador y
Santander, la rebelión de Córdova y la disolución de la Gran Colombia. A la
muerte de Bolívar fue desterrada a Perú.
No ha
sido fácil para la historia de la América independentista incluir en su nómina
de próceres el nombre de Manuela Sáenz. Si su condición de mujer ya lo hacía
difícil, su estatus de amante del Libertador complicaba aún más las cosas. La
historiografía del siglo XIX, temiendo por la memoria del "más grande
hombre de América", se encargaría de omitir la presencia de esta mujer en
su círculo. Con todo y con ello, las anécdotas se dieron a conocer, y la misma
historia se vio en la necesidad de otorgarle a Manuela Sáenz la categoría de
heroína.
Nació
en 1795 en Quito, ciudad por entonces de aires afrancesados, en la que los
grandes salones que acogían a la aristocracia marchaban al ritmo de una
concepción laxa de la moral y de las distracciones entre criollos y españoles,
que pronto se convertirían en una sangrienta guerra entre patriotas y
realistas. Era hija natural de Simón Sáenz, comerciante español y realista, y
de María Joaquina de Aizpuru, bella mujer hija de españoles de linaje, quien en
el futuro tomaría partido por los rebeldes.
Desde
muy joven entró en contacto con una serie de acontecimientos que animarían su
interés por la política. En 1809 la aristocracia criolla ya se hallaba
conspirando contra el poder de los hispanos, y a partir de entonces comenzaron
a sucederse un conjunto de revueltas sangrientas. Quizá las circunstancias
familiares llevaron a Manuela a optar por los revolucionarios: presenciaba
desfiles de prisioneros desde la ventana de su casa, y se maravillaba de las
hazañas de doña Manuela Cañizares, a quien tuvo por heroína al enterarse de que
los conspiradores se reunían clandestinamente en su casa.
Por
causa de las propias revueltas, sin embargo, se ausentó de la ciudad para
refugiarse junto a su madre en la hacienda de Catahuango. Allí se convirtió en
una excelente amazona, mientras su madre le enseñaba a comportarse en sociedad
y a manejar las artes del buen vestir, el bordado y la repostería. Tiempo
después ambas regresaron a Quito, y la madre decidió internarla en el convento
de monjas de Santa Catalina; tenía entonces diecisiete años.
La
fascinación de Manuela por la vida pública y su ímpetu rebelde la harían
abandonar prontamente la clausura del convento. Aprendió a leer y a escribir,
virtudes estas que le permitieron iniciar una relación epistolar con su futuro
amante: Fausto Delhuyar, un coronel del ejército del rey. Con él se fugó para
descubrir más tarde el infortunio de su infertilidad, y la desgracia de estar
al lado de un charlatán. Las habladurías del amante le significaron la
obligación de contraer matrimonio con James Thorne, un médico de cuarenta años
que comerciaba con su padre y al que nunca llegaría a amar.
Corría
el año 1819 y Manuela deslumbraba en los grandes salones de Lima, junto a su
amiga Rosita Campuzano. El resto de la América estaba convulsionada. Simón
Bolívar ya había liberado el territorio de la Nueva Granada y se disponía a
fundar en Angostura la Gran Colombia. Entrado el año de 1820, José de San
Martín se encontraba de camino hacia Perú. Los limeños comenzaban a conspirar,
y la Sáenz se convertía en una de las activistas principales. Las reuniones se
realizaban en su casa y las disfrazaba de fiestas; actuaba de espía y pasaba
información. Participó en las negociaciones con el batallón de Numancia, y en
1822, una vez liberado Perú, fue condecorada "Caballereza del sol, al
patriotismo de las más sensibles".
Con
la excusa de acompañar a su padre, Manuelita marchó hacia Quito. Colaboró
activamente con las fuerzas libertadoras: llevaba y traía información, curaba a
los enfermos y donaba víveres para los soldados. El 16 de junio de 1822, Simón
Bolívar entró triunfalmente en la ciudad y, después de un cruce de miradas,
fueron presentados en un baile en homenaje al Libertador.
A
partir de entonces mantendrían una relación pasional. Los compromisos del
Libertador no impedían los encuentros amorosos, y mientras duraba la ausencia,
Manuelita participaba activamente en la consolidación de la independencia del
Ecuador. Bolívar le regaló un uniforme, que ella utilizaba a la hora de sofocar
algún levantamiento. La muerte de su padre la motivó a regresar a Lima. Fue
nombrada por Bolívar miembro del Estado Mayor del Ejército Libertador; peleó
junto a Antonio José de Sucre en Ayacucho, siendo la única mujer que pasaría a
la historia como heroína de esta batalla. Una vez aprobada la Constitución para
las nuevas naciones, marchó a Bogotá junto al Libertador.
Eran
los tiempos del corto esplendor de la Gran Colombia. Manuelita militaba
activamente en el partido bolivariano y se encargaba de llevar los archivos del
Libertador. Durante el día vestía de soldado y, junto a sus fieles esclavas de
siempre, se dedicaba a patrullar la zona. Cuidaba las espaldas de Bolívar. El
25 de septiembre de 1828, gracias a su intuición, lo salvó de un atentado
dirigido por Francisco de Paula Santander, enfrentándose a los conspiradores
mientras su protegido huía descolgándose por una ventana; a raíz de este
acontecimiento Bolívar, de regreso a palacio, le dijo: "Eres la
Libertadora del Libertador". Solía organizar en su casa representaciones
en las que era habitual la burla hacia los enemigos del Libertador; la
"quema de Santander" era una de las actuaciones preferidas. Los
amores eran nocturnos y se prolongarían hasta la huida de Bolívar a Santa Marta
en 1830.
Siete
meses más tarde, al conocer la muerte de su amado por medio de una carta de
Peroux de Lacroix, decidió suicidarse. Se dirigió a Guaduas, donde se hizo
morder por una víbora, y fue salvada por los habitantes del lugar. Antes de la
muerte del Libertador se levantó una ola de calumnias en su contra por parte de
Santander, y Manuela decidió escribir, como forma de protesta, La Torre de
Babel (julio de 1830), motivo por el cual se le emitió una orden de prisión.
Seguidamente, tuvo lugar la persecución de los colaboradores de Bolívar, que la
consideraban peligrosa. Así, el 1 de enero de 1834, le ordenaron que abandonara
la nación en un plazo de trece días. Mientras tanto, fue encerrada en la cárcel
de mujeres y conducida en silla de manos hasta Funza, y de allí, a caballo, hasta
el puerto de Cartagena con destino a Jamaica.
Manuela
volvió al Ecuador en 1835. El presidente Vicente Rocafuerte, ante la noticia de
su llegada, determinó su salida del país. Esto le llevó al destierro. Se radicó
en el puerto de Paita, donde subsistió elaborando dulces, tejidos y bordados
para la venta, ya que las rentas por el arrendamiento de su hacienda de
Catahuango, en Quito, no le eran enviadas. En la puerta de su casa se podía
leer English Spoken; era querida por la gente del pueblo y bautizaba niños, con
la condición de que se llamaran Simón o Simona. Fue visitada por muchos hombres
importantes, entre los que figuraron Simón Rodríguez, Hermann Melville y
Giuseppe Garibaldi. Uno de los visitantes del lugar trajo consigo la difteria,
enfermedad que contrajo Manuelita y de la que murió, ya pobre e inválida, a los
60 años de vida.
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